Hay casas que vienen con un sistemita recientemente implementado. Dicho sistemita tiene la peculiaridad de recibir mediante unos conductos lo que algunos periodistas –pobres, siempre teniendo que usar algún tesoro [¿tesauro?] para que sus textos, de otro modo a veces carentes de contenido, no suenen repetitivos– el vital líquido.

¡Ah!, pero lo olvidaba, dichos conductos tienen que estar juntados al sistema general de aguas que proporciona el gobierno local. Y no me hagáis entrar en detalles sobre la calidad del servicio de distribución del agua – de la agua.

De cualquier modo, una vez establecido el flujo salvador, uebos es ubicar las distintas terminales para que los felices habitantes de las mentadas casas puedan disfrutar de los aparentemente imprescindibles usos de tan apreciable líquido.

Dichos usos son de al menos tres índoles claramente distinguibles. El más banal de ellos es el de la limpieza de la casa, del vestido y de los trastos sucios que los niños odian lavar y que las madres parecen obsesionadas con hacerlo (o con hacer que los niños lo hagan).  Para satisfacer dicho uso es menester contar con una salida de agua y con un receptor de agua en el que se puedan poner también los objetos que han de ser lavados.

Nunca aprendí latín en la escuela. Reconozco palabras, pero la gramática nunca me fue enseñada; empero sí aprendí algunas frases que me dejaron ver que antes se hablaba con mayor precisión. Ave Cesar. Morituri te salutant. “Los que han de morir te saludan.”

En fin, dichos receptáculos vienen en varias formas y tamaños. Usualmente constan de dos cámaras, una para los lavandos, otra para los lavaturi. Si de vestimenta se trata, entonces las cámaras no son profundas y tienen un fondo rugoso para facilitar la friega.

Una característica común es un peculiar agujerito para dejar ir al bondadoso líquido que, ahora enmugrecido, escapa nuestra vista y nuestro interés; así como también escapa de la casas.

Los agujeritos siempre son útiles; pero en ocasiones son engorrosos, sobretodo cuando por culpa de un mal diseño son susceptibles de querer guardar cosas (ya pedazos de comida, ya botones, ya la monedita que alguno de los padres olvidó quitar de su camisa o de su pantalón). Esto es una calamidad puesto que el flujo de la mugre se ve entorpecido provocando en ocasiones odiosas inundaciones.

Afortunada o desafortunadamente, los trapitos son con creciente frecuencia lavados en unos aparatos misteriosos que hacen la friega por uno. ¡Alabado sea el hombre blanco y sus inventos!

El otro uso, un tanto menos banal, es el del lavado de los habitantes de las casas. Litros y litros son usados diariamente para este fin. Es necesario que perros, pericos y niños huelan a lavanda o a flor de naranja. Pero más importante aún es que dichos olores no vengan acompañados del caracterísco olor a queso rancio que ya nos dijo Grenouille que es a lo que olemos. Dientes y gónadas, orejas y barrigas, todo ha de ser lavado. Lavaturos. Para ellos usamos duchas, lavabos, bidés y bañeras. Y estos son variaciones de los objetos descritos antes. La diferencia es que solo constan de una cámara y que suelen ser más grandes (ducha, bañera, bidé) o más pequeños (lavabos). Los agujeritos cambian de tamaño y de preferencia. Prefieren ahora acumular pelo. Esa es su mayor pasión y debilidad.  Pero, ¡cuidado!, algunos modelos anticuados tienen salidas distintas para agua caliente y para agua fría, seguramente diseñados por optimistas que dijeron que si una mano se congela y la otra se ampula entonces en promedio se está bien.

Finalmente el tercer uso, el que dista de ser banal. El pináculo de la sociedad moderna y que da en parte título a esta discusión. Podría llamarles [llamarlos] por su nombre pero ya violé las normas sociales tabúicas una vez en el título y no quiero ahuyentar más a mis preciadas lectoras.

Dichos objetos vienen en distintas formas. Suelen parecerse a los bidés, pues ambos sirven para sentarse. El dimorfismo sexual humano se vuelve más evidente y es causa de interminables quejas por parte de las madres e hijas y de incomprensión y confusión por parte de padres e hijos.

Son objetos que provocan desde odio hasta idolatría (son llamados ídolos de porcelana en algunos círculos).  Sirvan para pagar el necesario tributo a Madre Natura. Vaya deidad que acepta tales cosas como pago por dejarnos vivir. El funcionamiento de dichos objetos está basado también en los ya omnipresentes agujeritos, tanto intrínsecos como extrínsecos. Tanto porcelánicos como humanos.

Tal es la veneración que provocan dichos objetos que se les rinde culto también fuera de las casas. Y es fuera de ellas donde se encuentra la mayor variedad de formas y tamaños, pero sobretodo de alturas. Y esto es lo más desesperante. Hay lugares donde al sentarse en los innombrables los pies quedan bien asentados sobre el piso, facilitando así la función de palanca que no describiré por no faltar al pudor y a las buenas costumbres; pero los hay en los que los pies quedan colgando y esto no es ni bonito ni funcional.

Dichos centros públicos de culto natúrico también exacerban el ya mencionado dimorfismo sexual. Unos primos cercanos a los innombrables son otros altares específicos para los machos de la especie humana. No podrían tener forma de árbol aunque algunos hombres tenga costumbres de perro; ello faltaría a la moral.

Los mingitorios u orinales –ya, basta de tabúes– son siempre una experiencia liberadora pero en ocasiones también requieren de habilidad equilibrista. Sobre todo en aquellos lugares designados para gigantes (como en el sótano de conocido centro de estudio de las artes matemáticas al sur de Washington Heights, donde se tomaron erróneamente en serio aquello de standing on the shoulders of giants).

Dichas variaciones dicen mucho de  la sociedad y de cómo quienes instalan dichos altares estan pensando en sus mujeres o en el fútbol o en la fregada deuda externa; pero no en lo que deberían.

Afortunadamente estas manifestaciones de libertad de diseño, instalación y uso, no solo son gratificantes en un plano filosófico y político, sino que también lo son en tanto que facilitan que solo los más aptos sobrevivan a las adversidades.

Si habéis llegado hasta este punto, seguro ya os habréis dado cuenta de que olvidé o de que he olvidado mencionar un uso del vital líquido que es, a todas luces, menos banal que los tres ya mencionados; pero no: la sed la saciamos comprando (y consecuentemente consumiendo) unas botellitas cuyo contenido viene en muchos colores, olores y sabores (incluyendo, claro está el incoloro, inodoro –pero no el innombrable– e insípido del agua potable) en la Miscelánea que Doña Chonita puso en la ventana de su sala que da a la calle o sus similares dispuestos por doquier.